Tras las huellas del pensador uruguayo en la obra de un
prominente político británico
Rodó como intelectual pionero
Gustavo San Román, académico uruguayo de la
Universidad escocesa de St. Andrews y autor del libro Rodó en
Inglaterra, resaltó que Rodó postulaba una democracia en
la que cada individuo pudiera desarrollar sus talentos, para que
sean los más capaces quienes asuman posiciones de
liderazgo. Un mundo no tan
distinto del que quieren las democracias más avanzadas de
hoy.
Entrevista de Daniel
Mazzone
De la redacción de EL PAIS Digital
Tras la reciente
aparición de su libro en las librerías montevideanas, San Román dijo
a EL PAIS digital que hay que estudiar a Rodó sin más excusas,
porque su obra ha dejado marcas fundamentales. Como al olmo cuando
se le piden peras, a Rodó se le reclaman propuestas concretas, pero
lo que a él le preocupaba no eran los detalles prácticos de la
política de partido, sino la identidad cultural de los países
latinos, la educación moral y estética de los individuos y la
relación entre los valores democráticos y las elites. Finalmente San
Román resaltó la actitud del prominente político laborista Aneurin
Bevan, para quien no había contradicción entre el idealismo de Rodó
y la acción concreta de crear un sistema nacional de salud que
constituye un orgullo para los británicos.
Como estudioso de la obra de Rodó, ¿a qué atribuye el
rechazo que por la vía de la omisión o del achique de su perfil
–suele presentársele como crítico, como profesor, como escritor de
parábolas, y no en su verdadera dimensión intelectual- se ha
instalado en la cultura uruguaya?
GSR:
―Creo en primer lugar que a Rodó a menudo se lo ha interpretado en
contra de su propia manera de actuar, o sea hiperbólicamente: genial
o inepto, ambos in extremis. Aunque las dos actitudes han coexistido
siempre, se podría decir que la primera fue la más fuerte en los
tiempos tempranos, comenzando en vida de Rodó y continuando con
algunos tropiezos durante las dos o tres décadas que siguieron a su
muerte en 1917, período del auge y caída del arielismo. La
interpretación crítica no se hizo esperar, y hasta ha habido
lectores que pasaron de una perspectiva a la otra, caso más
famosamente entre nosotros de Carlos Quijano: fundador del grupo y
revista Ariel y luego, desde ese mismo foro, líder de la
visión revisionista que criticaba la etereidad de las ideas del
maestro. Esa tradición crítica de Rodó generalmente baraja dos
achaques: la falta de aplicación utilitaria de sus ideas; y la
inaccesibilidad, densidad o pesadez de su estilo.
El
ataque basado en la inaplicabilidad ha venido sobre todo desde la
izquierda, y se agudizó localmente a partir de la crisis económica y
política que vivió el país a fines de los años sesenta. Pero también
lo he oído de gente de derecha. Un influyente economista del
gobierno me decía hace un par de años que Rodó había dejado un
legado idealista que puede interpretarse como de funestas
consecuencias al desarrollo de los negocios y el capitalismo en el
país. (Sorprendería en este sentido descubrir que Rodó también tuvo
en cierto momento sus intereses empresariales, como demuestro en un
trabajo que tengo a medio hacer.) Creo que esto ilustra un problema
general de la valoración de Rodó, que se podría resumir mediante
recurso a un refrán: “No pedir peras al olmo”. Lo que preocupaba a
Rodó en sus grandes obras no eran los detalles prácticos ni de la
política de partido o gobierno (aunque cuando hubo necesidad, supo
hacer crítica concreta de ella: contra la dictadura de Idiarte
Borda, a favor de la efímera y necesaria dictablanda de Cuestas, de
apoyo a la candidatura de José Batlle y Ordóñez, y luego en contra
de las ideas de éste sobre el colegiado – lo que le costó caro en su
momento pero la historia ha sabido darle la razón), ni de la
economía aplicada (aunque también a esto le prestó alguna atención,
como se ve en su informe sobre el trabajo obrero en el Uruguay). Su
meta era más abstracta: la identidad cultural de los países latinos,
la educación moral y estética de los individuos, la relación entre
los valores democráticos y las élites en un mundo en que se temía
una imposición de la mediocridad cultural. Es en este terreno, por
él definido, donde debemos leerlo y evaluarlo.
En cuanto al
estilo de su escritura, segundo blanco de ataque y tema que tan
fundamentalmente interesaba a Rodó, es cierto que presenta algunos
problemas al lector actual, sobre todo al joven a quien tan
explícitamente tenía en mente. Carlos Fuentes dijo en su prólogo a
la segunda traducción al inglés de Ariel (1988) que la retórica de
Rodó resulta hoy “insufrible”. Es indudable que no estamos
acostumbrados a esa manera de decir, como no lo estamos a leer, en
frío, la prosa cervantina, y que se necesita un período de
adaptación, pero una vez superada esa primera dificultad, es posible
apreciar la justeza y hermosura del estilo de Rodó. (Cabría
preguntarse qué dirán dentro de cien años los lectores de algunos
textos de Carlos Fuentes, como Cambio de piel: ¿tendrán
espontáneamente la paciencia necesaria para enfrentar su retórica y
las referencias culturales de los años sesenta?). En estos momentos,
y más bien desde 1971, centenario de su nacimiento, cuando se
publicaron algunos valiosos trabajos en el segundo de los dos
Cuadernos de Marcha dedicados a su obra, ha cundido sobre todo el
silencio, ya que no se lee su obra. Ha habido muy escasos trabajos
críticos, en casa y fuera, y en el mismo 2000, centenario de
Ariel, mucho de lo que salió tiene el olor de lo hecho por
encargo, porque (gracias a una disposición del gobierno uruguayo)
había que celebrar una efeméride. Se nota el contraste con los más
sentidos trabajos de gran envergadura que le brindó la crítica del
45, como los ensayos de Roberto Ibáñez, Emir Rodríguez Monegal,
Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa. Quizás luego de este centenario
se renueve el interés, habrá que ver, y puede que las ventas de mi
libro sean un buen termómetro.
Usted sostiene en la introducción a su libro, que a
través del “rechazo de lo meramente útil, Rodó proponía el papel de
los intelectuales en la construcción de la identidad
latinoamericana”. ¿Cómo definiría esa
propuesta?
GSR:
―Para Rodó, como para sus coetáneos españoles de la generación de
1898, el intelectual tenía la función de meditar sobre la situación
y futuro de su comunidad. Los tiempos lo requerían. En nuestro
continente, y ya antes de la intervención de Estados Unidos en Cuba,
que llevó a la prolongada depresión de España y al despertar general
de la América meridional frente a las aspiraciones expansionistas y
mercantiles del gigante del norte, existía una fuerte preocupación
por el camino a que llevaban las circunstancias de la modernización.
El movimiento Modernista es manifestación clara de esa preocupación,
como lo vemos localmente con Herrera y Reissig y sus críticas a los
valores burgueses de la época y con Carlos Reyles y su filosofía del
poder, por ejemplo. En Rodó ya se vislumbra en su primera
publicación en libro, El que vendrá, de
1896.
Esta
función del intelectual como comentarista de los problemas que
afectan a la comunidad es algo establecido hoy día, como vemos hoy
al leer los grandes diarios o ciertos programas de televisión, pero
en la época de Rodó ese papel estaba en ciernes, y es justamente él,
uno de los pioneros en el mundo hispánico. Según esta visión, la
construcción de la identidad nacional no es tarea solamente de
técnicos, en política o economía, sino también de “pensadores”,
categoría que tan plenamente ocupó Rodó.
En
Ariel Rodó pinta un retrato de estos pensadores: inspirados por
altos ideales que deben aplicar en la realidad, exploradores de
todas las facetas del espíritu y no meros tecnócratas de miras
estrechas, individuos que guardan cada día un espacio para la
meditación libre, defensores de una democracia que permita que cada
individuo pueda desarrollar plenamente sus talentos, lo que llevará
a que los más capaces asuman posiciones de liderazgo. Un mundo no
tan distinto del que quieren las democracias más avanzadas de
hoy.
¿A su juicio en qué se sostiene la vigencia de la obra de
Rodó? ¿Qué es lo que lo ha impulsado a
estudiarla?
GSR:
―Empiezo con la segunda parte de la pregunta, por razones personales
y porque esa respuesta lleva a la de la primera parte. El impulso me
lo dio el estar fuera del país y dentro del mundo de las letras. La
experiencia de ser trasterrado lleva necesariamente a buscar y
examinar las raíces culturales propias. Y yo empecé justamente con
los recuerdos de las lecturas más tempranas e icónicas, que en mi
caso fueron el Tabaréde Zorrilla de San Martín y trozos
(sobre todo parábolas) de Rodó. En uno de mis primeros trabajos
críticos quise investigar la contribución de estos autores a la
“manera de ser” de mi comunidad, que luego, a partir de la crisis
que llevaría a la dictadura, adquiriría otros textos significativos,
como los de Mario Benedetti – aunque la distancia entre este autor y
el que nos concierne aquí no es tan grande como se podría pensar a
primera vista. (Benedetti es autor de un estudio interesante sobre
Rodó, y hay nexos entre sus obras que habría que estudiar más
detenidamente).
En
cuanto a la vigencia de la obra de Rodó, recuerdo, en primer lugar,
cómo responden los ingleses cuando se les pregunta por qué suben a
las montañas: because they are there, porque están allí. O
sea, que hay que estudiar a Rodó, sin más excusas, porque su obra
existe, y ha dejado marcas fundamentales en la cultura uruguaya. No
ha habido obra nacional más editada, comentada ni traducida fuera
del país, y es parte inamovible de la historia cultural uruguaya y
latinoamericana. Su estilo, tan celebrado en su época y que tanta
importancia le merecía a Rodó, es uno de los hitos de la historia
literaria del español. Rodó es también figura clave para entender la
evolución cultural del Uruguay. Así como él obtuvo inspiración de
los intelectuales de la Defensa y del principismo, Rodó fue
influencia crucial en la generación del 45, que fueron los maestros
de la gente que hoy lleva las riendas del país. Así que no queda
otra opción que seguir leyendo su obra, evaluarla, sacarle el jugo
que pueda darnos y hacerle las críticas que inspire cada momento
histórico. Esto en cuanto a vigencia en el sentido de presencia
histórica.
En lo
que atañe a la vigencia en el sentido de la actualidad de sus
valores, creo que hay elementos en Rodó que son salvables y
aplicables hoy, como los que he señalado al hablar de la visión del
pensador que aparece en Ariel. Se me ocurre también que
algunas de las aspiraciones de Rodó resultan consistentes con
ciertas tendencias que han aflorado a menudo, (y más allá de la
ocasional evaluación por extremos de su propia obra, que mencioné al
principio) en la evolución del país: el respeto por la cultura en
sí, las buenas maneras en la discusión crítica, la evaluación
equilibrada de los problemas, una general desconfianza de las
posiciones extremas, el optimismo.
En
estos momentos terribles que vive el pais, no viene nada mal
recordar estos valores, y recordar tambien el mensaje de autoestima
de Ariel y la independencia de espiritu tan querida a Rodo: las
soluciones deben salir del pais y sus circunstancias especificas, de
la energia y creatividad propias. Es en momentos de crisis en que a
menudo surgen soluciones trascendentales. Una vez mas: sin pedir
peras al olmo, se puede aprender de la actitud de Rodo y de las
profundas marcas que ha
dejado en nuestra cultura.
¿Qué reflexión
le merece el hecho de que mientras para los políticos uruguayos Rodó
es prácticamente un desconocido, su obra haya influido en un
político inglés de primer rango?
GSR:
―Se trata de un caso curioso, sin duda. Rodó, como queda dicho,
actuó en la política nacional, como periodista y como diputado del
partido colorado: criticó a Idiarte Borda y al colectivismo de
Herrera y Obes y apoyó al principio el populismo de Batlle hasta que
gradualmente se alejó de ese modelo sobre todo frente a la propuesta
del colegiado, lo que lo llevó a unirse a la facción riverista y
florista del partido. Desde la perspectiva de Batlle y el batllismo,
se trata entonces de una figura reaccionaria (aunque en un sentido
muy específico del término: quería una vuelta a un presidencialismo
personal, donde la responsabilidad cayera en un individuo, y no en
un grupo donde se haría difusa).
Por
otro lado, resulta que Rodó termina influyendo a quien es
seguramente la figura británica más parecida a Batlle, el socialista
Aneurin Bevan, que fue parte del gobierno laborista que dio el mayor
auge al “estado de bienestar” del Reino Unido. Es claro que Bevan
fue un hombre intelectualmente curioso, abierto a las ideas de una
manera quizás típica del autodidacta. Lo más interesante es que, más
allá de los problemas que he notado en mi ensayo, sobre la debilidad
de la evidencia de una lectura directa de Rodó por parte de Bevan
(que parece haberlo entendido sobre todo a través del resumen de su
compatriota el erudito Havelock Ellis), es posible establecer una
coherencia entre las ideas de Rodó y su aplicación en medidas
concretas por parte de un político. Creo que esto es lo más
interesante del asunto de la conexión entre Rodó y Bevan: que nadie
niega que el político inglés (o mejor dicho galés) era un hombre de
valores y principios, quien, en sus propias palabras, buscaba en la
política la “aplicabilidad a la situación inmediata, por supuesto;
pero también su fidelidad al cuerpo general de principios que hacen
la filosofía de cada uno”. Así lo apreció el mismo Tony Blair,
quien, en una evaluación que cito en el libro, habla de la
convicción de Bevan “de que el idealismo debe combinarse con la
razón para llevar al poder”. Aquí tenemos, entonces, alguien que ha
tomado el idealismo de Rodó, que para tantos comentadores se
limitaba solamente al mundo abstracto e inasible del “espíritu”, y
lo llevó a la práctica en la creación de algo tan tangible como un
sistema nacional de salud.
¿Usted coincide en que nuestro sistema de enseñanza –ya
sea en sus niveles primario, secundario o terciario– no promueve
adecuadamente ni la obra ni el pensamiento de Rodó? ¿Qué
consecuencias acarrea en su opinión esa
omisión?
GSR: ―Cuando yo
estaba en sexto de escuela, a fines de los años sesenta, todavía se
estudiaba Rodó en primaria, por lo menos alguna parábola de
Motivos de Proteo. Recuerdo leer “Mirando jugar a un niño” en
clase en la escuela Bélgica, y sobre todo hacer una representación
en una fiesta de la escuela de “El pensador y el esclavo”, para lo
cual habíamos tenido la ayuda técnica y muy competente de una señora
del mundo del teatro que nos explicó el mensaje del texto. La
experiencia fue muy interesante, y se quedó plasmada en la memoria,
aunque hoy pienso que quizás no sea esa la más duradera de las
parábolas (como lo sigue siendo, por ejemplo, “Los seis
peregrinos”). No recuerdo estudiar Ariel, ni más nada de
Rodó, ni en secundaria ni en los primeros dos años de filosofía en
Facultad de Humanidades, antes de irme del país. No estoy bien al
tanto de la presencia de Rodó en los programas actuales, pero creo
que debería estar, y leerse de manera crítica, por supuesto, pero
según la perspectiva y los valores que motivaron esos textos, por
las razones sobre la vigencia que mencioné antes. La consecuencia
mayor de omitir su obra de los programas es que esa imagen icónica,
que aparece en tantos bustos y monumentos y billetes, y que da
nombre a tantas calles, parques y plazas del país, termina
fosilizándose y pierde el rico dinamismo que le otorga el lector.
Gustavo San
Román, uruguayo, 1956, es Senior Lecturer in Spanish School of
Modern Languages de la Universidad de St. Andrews,
Escocia.