Jueves 19 de febrero de 2004 - Año 86 - Nº 29645
Internet Año 8 - Nº 2755 | Montevideo - Uruguay
 inicio | bookmark | tiempo | buscador | titulares por e-mail | avisos funebres | horóscopo | muva | radio | televisión | ecos | CORREO
Ultimo momento

Noticias
Suplementos
Servicios
especiales
  diarios del mundo
uruguayos
tensión en eeuu-irak
cumbre de la tierra
Rodo en Inglaterra
anuarios
 
Especiales - Rodo
 


Tras las huellas del pensador uruguayo en la obra de un prominente político británico
Rodó como intelectual pionero

Gustavo San Román, académico uruguayo de la Universidad escocesa de St. Andrews y autor del libro Rodó en Inglaterra, resaltó que Rodó postulaba una democracia en la que cada individuo pudiera desarrollar sus talentos, para que sean los más capaces quienes asuman posiciones de liderazgo. Un mundo no tan distinto del que quieren las democracias más avanzadas de hoy.

Entrevista de Daniel Mazzone
De la redacción de EL PAIS Digital

Tras la reciente aparición de su libro en las librerías montevideanas, San Román dijo a EL PAIS digital que hay que estudiar a Rodó sin más excusas, porque su obra ha dejado marcas fundamentales. Como al olmo cuando se le piden peras, a Rodó se le reclaman propuestas concretas, pero lo que a él le preocupaba no eran los detalles prácticos de la política de partido, sino la identidad cultural de los países latinos, la educación moral y estética de los individuos y la relación entre los valores democráticos y las elites. Finalmente San Román resaltó la actitud del prominente político laborista Aneurin Bevan, para quien no había contradicción entre el idealismo de Rodó y la acción concreta de crear un sistema nacional de salud que constituye un orgullo para los británicos.

Como estudioso de la obra de Rodó, ¿a qué atribuye el rechazo que por la vía de la omisión o del achique de su perfil –suele presentársele como crítico, como profesor, como escritor de parábolas, y no en su verdadera dimensión intelectual- se ha instalado en la cultura uruguaya?

GSR: ―Creo en primer lugar que a Rodó a menudo se lo ha interpretado en contra de su propia manera de actuar, o sea hiperbólicamente: genial o inepto, ambos in extremis. Aunque las dos actitudes han coexistido siempre, se podría decir que la primera fue la más fuerte en los tiempos tempranos, comenzando en vida de Rodó y continuando con algunos tropiezos durante las dos o tres décadas que siguieron a su muerte en 1917, período del auge y caída del arielismo. La interpretación crítica no se hizo esperar, y hasta ha habido lectores que pasaron de una perspectiva a la otra, caso más famosamente entre nosotros de Carlos Quijano: fundador del grupo y revista Ariel y luego, desde ese mismo foro, líder de la visión revisionista que criticaba la etereidad de las ideas del maestro. Esa tradición crítica de Rodó generalmente baraja dos achaques: la falta de aplicación utilitaria de sus ideas; y la inaccesibilidad, densidad o pesadez de su estilo.

El ataque basado en la inaplicabilidad ha venido sobre todo desde la izquierda, y se agudizó localmente a partir de la crisis económica y política que vivió el país a fines de los años sesenta. Pero también lo he oído de gente de derecha. Un influyente economista del gobierno me decía hace un par de años que Rodó había dejado un legado idealista que puede interpretarse como de funestas consecuencias al desarrollo de los negocios y el capitalismo en el país. (Sorprendería en este sentido descubrir que Rodó también tuvo en cierto momento sus intereses empresariales, como demuestro en un trabajo que tengo a medio hacer.) Creo que esto ilustra un problema general de la valoración de Rodó, que se podría resumir mediante recurso a un refrán: “No pedir peras al olmo”. Lo que preocupaba a Rodó en sus grandes obras no eran los detalles prácticos ni de la política de partido o gobierno (aunque cuando hubo necesidad, supo hacer crítica concreta de ella: contra la dictadura de Idiarte Borda, a favor de la efímera y necesaria dictablanda de Cuestas, de apoyo a la candidatura de José Batlle y Ordóñez, y luego en contra de las ideas de éste sobre el colegiado – lo que le costó caro en su momento pero la historia ha sabido darle la razón), ni de la economía aplicada (aunque también a esto le prestó alguna atención, como se ve en su informe sobre el trabajo obrero en el Uruguay). Su meta era más abstracta: la identidad cultural de los países latinos, la educación moral y estética de los individuos, la relación entre los valores democráticos y las élites en un mundo en que se temía una imposición de la mediocridad cultural. Es en este terreno, por él definido, donde debemos leerlo y evaluarlo.

En cuanto al estilo de su escritura, segundo blanco de ataque y tema que tan fundamentalmente interesaba a Rodó, es cierto que presenta algunos problemas al lector actual, sobre todo al joven a quien tan explícitamente tenía en mente. Carlos Fuentes dijo en su prólogo a la segunda traducción al inglés de Ariel (1988) que la retórica de Rodó resulta hoy “insufrible”. Es indudable que no estamos acostumbrados a esa manera de decir, como no lo estamos a leer, en frío, la prosa cervantina, y que se necesita un período de adaptación, pero una vez superada esa primera dificultad, es posible apreciar la justeza y hermosura del estilo de Rodó. (Cabría preguntarse qué dirán dentro de cien años los lectores de algunos textos de Carlos Fuentes, como Cambio de piel: ¿tendrán espontáneamente la paciencia necesaria para enfrentar su retórica y las referencias culturales de los años sesenta?). En estos momentos, y más bien desde 1971, centenario de su nacimiento, cuando se publicaron algunos valiosos trabajos en el segundo de los dos Cuadernos de Marcha dedicados a su obra, ha cundido sobre todo el silencio, ya que no se lee su obra. Ha habido muy escasos trabajos críticos, en casa y fuera, y en el mismo 2000, centenario de Ariel,  mucho de lo que salió tiene el olor de lo hecho por encargo, porque (gracias a una disposición del gobierno uruguayo) había que celebrar una efeméride. Se nota el contraste con los más sentidos trabajos de gran envergadura que le brindó la crítica del 45, como los ensayos de Roberto Ibáñez, Emir Rodríguez Monegal, Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa. Quizás luego de este centenario se renueve el interés, habrá que ver, y puede que las ventas de mi libro sean un buen termómetro.

Usted sostiene en la introducción a su libro, que a través del “rechazo de lo meramente útil, Rodó proponía el papel de los intelectuales en la construcción de la identidad latinoamericana”. ¿Cómo definiría esa propuesta?

GSR: ―Para Rodó, como para sus coetáneos españoles de la generación de 1898, el intelectual tenía la función de meditar sobre la situación y futuro de su comunidad. Los tiempos lo requerían. En nuestro continente, y ya antes de la intervención de Estados Unidos en Cuba, que llevó a la prolongada depresión de España y al despertar general de la América meridional frente a las aspiraciones expansionistas y mercantiles del gigante del norte, existía una fuerte preocupación por el camino a que llevaban las circunstancias de la modernización. El movimiento Modernista es manifestación clara de esa preocupación, como lo vemos localmente con Herrera y Reissig y sus críticas a los valores burgueses de la época y con Carlos Reyles y su filosofía del poder, por ejemplo. En Rodó ya se vislumbra en su primera publicación en libro, El que vendrá, de 1896.

Esta función del intelectual como comentarista de los problemas que afectan a la comunidad es algo establecido hoy día, como vemos hoy al leer los grandes diarios o ciertos programas de televisión, pero en la época de Rodó ese papel estaba en ciernes, y es justamente él, uno de los pioneros en el mundo hispánico. Según esta visión, la construcción de la identidad nacional no es tarea solamente de técnicos, en política o economía, sino también de “pensadores”, categoría que tan plenamente ocupó Rodó.

En Ariel Rodó pinta un retrato de estos pensadores: inspirados por altos ideales que deben aplicar en la realidad, exploradores de todas las facetas del espíritu y no meros tecnócratas de miras estrechas, individuos que guardan cada día un espacio para la meditación libre, defensores de una democracia que permita que cada individuo pueda desarrollar plenamente sus talentos, lo que llevará a que los más capaces asuman posiciones de liderazgo. Un mundo no tan distinto del que quieren las democracias más avanzadas de hoy.

¿A su juicio en qué se sostiene la vigencia de la obra de Rodó? ¿Qué es lo que lo ha impulsado a estudiarla?

GSR: ―Empiezo con la segunda parte de la pregunta, por razones personales y porque esa respuesta lleva a la de la primera parte. El impulso me lo dio el estar fuera del país y dentro del mundo de las letras. La experiencia de ser trasterrado lleva necesariamente a buscar y examinar las raíces culturales propias. Y yo empecé justamente con los recuerdos de las lecturas más tempranas e icónicas, que en mi caso fueron el Tabaréde Zorrilla de San Martín y trozos (sobre todo parábolas) de Rodó. En uno de mis primeros trabajos críticos quise investigar la contribución de estos autores a la “manera de ser” de mi comunidad, que luego, a partir de la crisis que llevaría a la dictadura, adquiriría otros textos significativos, como los de Mario Benedetti – aunque la distancia entre este autor y el que nos concierne aquí no es tan grande como se podría pensar a primera vista. (Benedetti es autor de un estudio interesante sobre Rodó, y hay nexos entre sus obras que habría que estudiar más detenidamente).

En cuanto a la vigencia de la obra de Rodó, recuerdo, en primer lugar, cómo responden los ingleses cuando se les pregunta por qué suben a las montañas: because they are there, porque están allí. O sea, que hay que estudiar a Rodó, sin más excusas, porque su obra existe, y ha dejado marcas fundamentales en la cultura uruguaya. No ha habido obra nacional más editada, comentada ni traducida fuera del país, y es parte inamovible de la historia cultural uruguaya y latinoamericana. Su estilo, tan celebrado en su época y que tanta importancia le merecía a Rodó, es uno de los hitos de la historia literaria del español. Rodó es también figura clave para entender la evolución cultural del Uruguay. Así como él obtuvo inspiración de los intelectuales de la Defensa y del principismo, Rodó fue influencia crucial en la generación del 45, que fueron los maestros de la gente que hoy lleva las riendas del país. Así que no queda otra opción que seguir leyendo su obra, evaluarla, sacarle el jugo que pueda darnos y hacerle las críticas que inspire cada momento histórico. Esto en cuanto a vigencia en el sentido de presencia histórica.

En lo que atañe a la vigencia en el sentido de la actualidad de sus valores, creo que hay elementos en Rodó que son salvables y aplicables hoy, como los que he señalado al hablar de la visión del pensador que aparece en Ariel. Se me ocurre también que algunas de las aspiraciones de Rodó resultan consistentes con ciertas tendencias que han aflorado a menudo, (y más allá de la ocasional evaluación por extremos de su propia obra, que mencioné al principio) en la evolución del país: el respeto por la cultura en sí, las buenas maneras en la discusión crítica, la evaluación equilibrada de los problemas, una general desconfianza de las posiciones extremas, el optimismo.

En estos momentos terribles que vive el pais, no viene nada mal recordar estos valores, y recordar tambien el mensaje de autoestima de Ariel y la independencia de espiritu tan querida a Rodo: las soluciones deben salir del pais y sus circunstancias especificas, de la energia y creatividad propias. Es en momentos de crisis en que a menudo surgen soluciones trascendentales. Una vez mas: sin pedir peras al olmo, se puede aprender de la actitud de Rodo y de las profundas marcas que ha
dejado en nuestra cultura.

¿Qué reflexión le merece el hecho de que mientras para los políticos uruguayos Rodó es prácticamente un desconocido, su obra haya influido en un político inglés de primer rango?

GSR: ―Se trata de un caso curioso, sin duda. Rodó, como queda dicho, actuó en la política nacional, como periodista y como diputado del partido colorado: criticó a Idiarte Borda y al colectivismo de Herrera y Obes y apoyó al principio el populismo de Batlle hasta que gradualmente se alejó de ese modelo sobre todo frente a la propuesta del colegiado, lo que lo llevó a unirse a la facción riverista y florista del partido. Desde la perspectiva de Batlle y el batllismo, se trata entonces de una figura reaccionaria (aunque en un sentido muy específico del término: quería una vuelta a un presidencialismo personal, donde la responsabilidad cayera en un individuo, y no en un grupo donde se haría difusa).

Por otro lado, resulta que Rodó termina influyendo a quien es seguramente la figura británica más parecida a Batlle, el socialista Aneurin Bevan, que fue parte del gobierno laborista que dio el mayor auge al “estado de bienestar” del Reino Unido. Es claro que Bevan fue un hombre intelectualmente curioso, abierto a las ideas de una manera quizás típica del autodidacta. Lo más interesante es que, más allá de los problemas que he notado en mi ensayo, sobre la debilidad de la evidencia de una lectura directa de Rodó por parte de Bevan (que parece haberlo entendido sobre todo a través del resumen de su compatriota el erudito Havelock Ellis), es posible establecer una coherencia entre las ideas de Rodó y su aplicación en medidas concretas por parte de un político. Creo que esto es lo más interesante del asunto de la conexión entre Rodó y Bevan: que nadie niega que el político inglés (o mejor dicho galés) era un hombre de valores y principios, quien, en sus propias palabras, buscaba en la política la “aplicabilidad a la situación inmediata, por supuesto; pero también su fidelidad al cuerpo general de principios que hacen la filosofía de cada uno”. Así lo apreció el mismo Tony Blair, quien, en una evaluación que cito en el libro, habla de la convicción de Bevan “de que el idealismo debe combinarse con la razón para llevar al poder”. Aquí tenemos, entonces, alguien que ha tomado el idealismo de Rodó, que para tantos comentadores se limitaba solamente al mundo abstracto e inasible del “espíritu”, y lo llevó a la práctica en la creación de algo tan tangible como un sistema nacional de salud.

¿Usted coincide en que nuestro sistema de enseñanza –ya sea en sus niveles primario, secundario o terciario– no promueve adecuadamente ni la obra ni el pensamiento de Rodó? ¿Qué consecuencias acarrea en su opinión esa omisión?

GSR: ―Cuando yo estaba en sexto de escuela, a fines de los años sesenta, todavía se estudiaba Rodó en primaria, por lo menos alguna parábola de Motivos de Proteo. Recuerdo leer “Mirando jugar a un niño” en clase en la escuela Bélgica, y sobre todo hacer una representación en una fiesta de la escuela de “El pensador y el esclavo”, para lo cual habíamos tenido la ayuda técnica y muy competente de una señora del mundo del teatro que nos explicó el mensaje del texto. La experiencia fue muy interesante, y se quedó plasmada en la memoria, aunque hoy pienso que quizás no sea esa la más duradera de las parábolas (como lo sigue siendo, por ejemplo, “Los seis peregrinos”). No recuerdo estudiar Ariel, ni más nada de Rodó, ni en secundaria ni en los primeros dos años de filosofía en Facultad de Humanidades, antes de irme del país. No estoy bien al tanto de la presencia de Rodó en los programas actuales, pero creo que debería estar, y leerse de manera crítica, por supuesto, pero según la perspectiva y los valores que motivaron esos textos, por las razones sobre la vigencia que mencioné antes. La consecuencia mayor de omitir su obra de los programas es que esa imagen icónica, que aparece en tantos bustos y monumentos y billetes, y que da nombre a tantas calles, parques y plazas del país, termina fosilizándose y pierde el rico dinamismo que le otorga el lector.

Gustavo San Román, uruguayo, 1956, es Senior Lecturer in Spanish School of Modern Languages de la Universidad de St. Andrews, Escocia.

 


 

 
Gustavo San Román
 

Un libro bienvenido
El libro Rodó en Inglaterra, rastrea la influencia del máximo intelectual uruguayo en el pensamiento de un prominente político inglés, Aneurin (Nye) Bevan (1897-1960). >>

 


noticias | tiempo | buscador | avisos funebres | titulares por e-mail | ecos
correo | radio | television | turismo | salud | shopping
clasificados | negocios | cursos | guÌa de sitios

Copyright © EL PAIS 1996-2002
Zelmar Michelini 1287, CP. 11100 , Montevideo - Uruguay
Tel: 902 0115 - Fax: 902 0464